jueves, 29 de octubre de 2009

Libélula dorada



A principios de verano, durante una animada fiesta de cumpleaños en casa de mis amigos Emilio y María en Los Alcázares, nos pusimos todos de repente a hablar de flora, fauna, insectos, jardinería y otros temas colindantes. ¿Quién no tiene anécdotas que contar en torno a esos asuntos...?

Ah..., ya lo recuerdo. Todo empezó porque les enseñé unas fotografías con la cámara y una de ellas era de una tijereta, hecha con macro. El caso es que, entre anécdota y anécdota, terminé por contarles la visita que hace años hizo una libélula dorada al balcón de nuestra casa, en Murcia. La única libélula dorada que he visto hasta ahora en vivo y en directo. Para mí fue impactante, como un encuentro iniciático. Tanto fue así, les dije, que escribí un poema; además, en aquel momento no disponía de ninguna cámara; la digital estaba rota y la Praktica sin carrete... Una tragedia... ¡Me gustaría tanto que pudiéseis verla ahora!

Al cabo de unos días, recibí un correo de María remitiéndome a una entrada de Frikosal, el magnífico e interesantísimo blog de un conocido suyo, Manel Soria, agrimensor de profesión y gran experto en fotografía de la naturaleza. La entrada llevaba por título Otros éxtasis: las libélulas doradas, y en ella aparecían las tres asombrosas fotografías que, con el consentimiento de Manel, os traigo aquí junto con mi poema. La libélula que yo vi no era exactamente igual a esta, que al parecer es una Orthetrum brunneum; no tenía esos ojos ni esos adornos blancos, era absolutamente dorada, de un intenso oro macizo levemente esmerilado.

"Como una diosa verdadera", decía acertadamente Manel a pie de foto, "estaba posada en su atalaya, alzando el vuelo de vez en cuando para capturar una presa y comérsela".

La libélula que yo vi permaneció inmóvil durante horas en la persiana del balcón, en un quinto piso, en pleno centro de la ciudad de Murcia. Sin duda se detuvo para descansar, extenuada, y reponerse tras una larga travesía; porque después de aquello he sabido que las libélulas, para cambiar de clima, migran como las aves; de hecho, sus patrones de migración son similares a los de ciertas especies de aves, lo que sugiere a los expertos que existe un vínculo evolutivo en sus comportamientos. Las libélulas pueden llegar a recorrer en torno a los 140 kilómetros en un día. Casi nada. En esta época es fácil verlas. El otro día salí al balcón y vi una sobrevolándolo. Tenía una considerable envergadura. Tal vez quiso posarse en alguna de mis plantas y mi presencia la asustó. Recordé a aquella libélula. "¿Será la misma?", pensé nostálgica e infantilmente. Hoy quiero pensar que sí; que todas las libélulas del mundo son ya esa libélula.

Bueno..., os dejo con mi poema. Salud y larga vida a las libélulas.




* * *





LIBÉLULA DORADA


A Antonio Moreno


A medida que crece mi jardín,
crecen también sus diferentes huéspedes.

Mi pequeño jardín son veinte o treinta
macetas de distintas proporciones
distribuidas por las dos terrazas.

Muchas de ellas albergan
insectos que no encubren lo bastante
su liviana presencia, o que se amparan,
precisamente, en ella:
hormigas que desfilan por las ramas,
mosquitos apostados en las hojas,
minúsculas arañas al acecho;

y, en una jerarquía superior,
a menudo aparecen mariposas,
avispas, abejorros, saltamontes,
coleópteros diversos...

Tampoco nos sorprende ver, de noche,
quieta tras la maceta del aloe,
una salamanquesa de piel pálida
y grandes ojos llenos de misterio.

Pero, a veces, se dejan ver especies
que parecen venidas de otros mundos,
heraldos de una vida más atávica
y más indescifrable que la nuestra.

Y nos quedamos todos boquiabiertos.

Ayer por la mañana descubrimos,
posada en la persiana del balcón,
una enorme libélula dorada,
estática, majestuosa
como una joya única,
prodigio de la más excelsa orfebrería;
un broche fascinante de oro puro,
ofrenda repentina
del aire y de la luz.

Y estuvo allí, prendida en la madera,
todo el día; brillando ante nosotros,
iluminando nuestras vidas.

Qué profundo silencio compartimos.

Libélula dorada,
libélula dorada de la vida...

En mi jardín todo se queda quieto,
mirándose, mirándonos vivir.






martes, 6 de octubre de 2009

Desórdenes de carpeta: Un poema sin título



Después de algún tiempo (no hay término medio), he vuelto a sentir la tentación de escoger al azar una de mis carpetas y mirar en su interior. Escondido en un caos de manuscritos, recortes, dibujos y fotos ha aparecido, escrito con bolígrafo en el reverso de un pequeño recibo amarillento, este breve poema o apunte de poema sobre el que no guardaba memoria alguna. Mi hija tenía entonces cuatro años.

* * *


Hija:
siento tu soledad como algo mío.

Te veo jugar en campos de mi infancia.

El sol en tus mejillas,
el viento en tus oídos
y en tus ojos la luz
que abraza cuanto toca.

Las vidas se repiten
y siento en ti mi vida.

Cómo te quiero, hija,
y qué mal lo demuestro.

Es así de sencillo:
te dejo sola, como yo me siento.





[Campo de Mula, 12 de febrero de 1995.]


sábado, 3 de octubre de 2009

Recital (de goles) en Blanca



El jueves, en la SELIN,
oh, río Segura, a tu orilla,
Covadlo y yo, en buena lid,
vencimos al futbolín
a Serrano y a Bonilla.



[En la foto de arriba, Juan Bonilla y Miguel Serrano antes de la derrota; en la de abajo, tomada por Miguel Ángel Monda, ambos equipos en plena confrontación. Mi compañero es Lázaro Covadlo. Para satisfacer vuestra curiosidad, os confesaré que ganamos por la mínima: 6 - 5.]

Antonio Gómez Ribelles: 'Las lagartijas guardan los teatros' (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021)

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