III
Entre el público se encontraban dos amigos: mi ya mencionado y siempre inaudito ángel de la guarda –como nuevamente apreciaréis más adelante– Juan Pablo Muñoz Zielinski, quien por razones de trabajo se marchó antes de terminar yo mi lectura, y mi fotógrafa de jazz predilecta, Esther Cidoncha, hasta entonces amiga meramente virtual, con quien comparto desde hace aproximadamente un año un diálogo fructífero y una leal complicidad a través de nuestros correos y nuestros blogs; y asistió también un peculiar personaje bíblico, un silencioso Job de ojos azules y largas barbas blancas (me recordó igualmente al mago Merlín, incluso al mismísimo Leonardo da Vinci), quien después de la lectura se nos acercó a Esther y a mí con pasos lentos, sonriendo y mirándonos fijamente, y sin pronunciar palabra comenzó a escribir en trozos de papel, girándolos sin cesar buscando espacios, todo cuanto nos tenía que decir, en términos en verdad metafísicos y poéticos, cuando no ininteligibles.
Después, como exigía el protocolo, Alexis y yo nos fuimos a firmar ejemplares a la caseta de Calambur, con la Feria del Libro pasada por agua y prácticamente desierta. Firmé, en total, ocho ejemplares: cuatro que compraron los amigos más cuatro que regalé yo; ¡lo que no es mal número, teniendo en cuenta que un ocho es un infinito vertical!
Al poco de estar allí, Esther llamó a otro amigo bloguero común (“Se llama Miguel Ángel”, me confesó) al que hasta entonces yo sólo conocía por su alias, Troglo Jones, El Director de Operaciones, gran aficionado al jazz, conversador mordaz e improvisador nato; y cuando éste llegó nos hicimos unas fotos y pasamos el resto de la tarde tapeando y bebiendo fresquísimas cervezas en la carpa-bar de enfrente, charlando mayormente de jazz y brindando a cada momento por nuestro propicio encuentro. “Antonio”, le dije acompañándome con señas a Antonio García, el joven empleado de la editorial, “si alguien quiere que le firme un libro, llámame”. “Vale, descuida”, me respondió cordialmente.
Y llegó la hora cabal. Las aletargadas casetas comenzaron a cerrar sus párpados humedecidos.
Una última cerveza...
“Hasta siempre, Esther... Hasta siempre, Sr. Troglo... Ha sido un inmenso placer conoceros...”.
Después de seis días aún perdura nuevo en mí el sentimiento de celebración por nuestro encuentro, nuestra primera tertulia real, sin píxeles de por medio, brindando con cervezas rebosantes... ¡y con la Feria y el Retiro para nosotros solos!
Al poco de estar allí, Esther llamó a otro amigo bloguero común (“Se llama Miguel Ángel”, me confesó) al que hasta entonces yo sólo conocía por su alias, Troglo Jones, El Director de Operaciones, gran aficionado al jazz, conversador mordaz e improvisador nato; y cuando éste llegó nos hicimos unas fotos y pasamos el resto de la tarde tapeando y bebiendo fresquísimas cervezas en la carpa-bar de enfrente, charlando mayormente de jazz y brindando a cada momento por nuestro propicio encuentro. “Antonio”, le dije acompañándome con señas a Antonio García, el joven empleado de la editorial, “si alguien quiere que le firme un libro, llámame”. “Vale, descuida”, me respondió cordialmente.
Y llegó la hora cabal. Las aletargadas casetas comenzaron a cerrar sus párpados humedecidos.
Una última cerveza...
“Hasta siempre, Esther... Hasta siempre, Sr. Troglo... Ha sido un inmenso placer conoceros...”.
Después de seis días aún perdura nuevo en mí el sentimiento de celebración por nuestro encuentro, nuestra primera tertulia real, sin píxeles de por medio, brindando con cervezas rebosantes... ¡y con la Feria y el Retiro para nosotros solos!
(Continuará)