viernes, 29 de febrero de 2008

El partido de la poesía


Juan Ramón Jiménez, por Daniel Vázquez Díaz.


Se escapaba febrero de puntillas y no veía el modo de hacer un alto en el camino para dejar constancia de que sigo vivo recién cumplidos los LII años. Pero el Tiempo, raras veces generoso, nos regala cada cuatro años un día más de vida y no podía dejar de aprovecharlo, al menos, para que en el archivo 2008 de este blog no se advirtiera la triste ausencia del mes en que nací.

Y puesto que estamos ya en la tortuosa recta final de las elecciones y los políticos se esfuerzan en que pongamos en nuestras bocas lo que sale por las suyas y rumiemos los unos frente a los otros sin entendernos (o sin querernos entender), os propongo la lectura de estos párrafos finales de El trabajo gustoso, de Juan Ramón Jiménez, y a ver qué sensaciones y reflexiones os produce. De paso, me permito preguntaros: ¿cuántos políticos en este país creéis que habrán leído este texto?

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“Izquierdos, derechos y medios, grupos y más grupos, nombres y más nombres, jeroglíficos, etiquetas y estandartes que ya nadie sabe lo que significan y que en realidad no significan quizá nada, ¡qué superfluo todo! Un joven poeta amigo mío, a quien yo hablaba de esto, me dijo: "¿No se podría formar en el mundo el partido de la poesía?" El partido de la vida gustosa, añado, del trabajo agradable y completo. Y este partido no sería parte, porque en él cabríamos todos, sería el verdadero "estado único", estado de verdadera gracia, de verdadera gloria. En este "estado poético" todos estaríamos en nuestro lugar, estremistas o transijentes, de cada idea; que la poesía tendría la virtud de llevarnos a todos a nuestro propio centro, que es solo centro, centro con izquierda y derecha fundidas. Donde la inteligencia fracasa empieza el sentimiento. No sería necesario que nadie lejislara ni rijiera, verdadero, único comunismo posible. Pensemos bien en esto, una labor tan sencilla, que no estoy soñando.

Nada podrían ni tendrían que hacer, tampoco, contra esta totalidad, esplotadores del pueblo, derecha e izquierda, que en vez de elevarlo a lo mejor desde lo mejor que el pueblo tiene, quieren bajarlo a lo peor de lo peor que tienen ellos, tales que quieren formar un pueblo a imajen y semejanza de su bajo instinto. Nadie está más lejos del pueblo y del trabajo que estos trabajadores del trabajo y el pueblo, pozos de ambición, bestialidad y holganza, enemigos de la verdad y la poesía.

Las juventudes políticas que hoy se están preparando, ya lo sabemos, para administrarnos mañana o para administrar a los que han de venir después de nosotros, deben estarse preparando en la poesía, lo digo otra vez, la poesía del trabajo. Ordenados dignamente materia, tiempo y retribución del trabajo, llevada a nuestro lado la poesía, sustancia que sube la otra en la belleza principal, senda que saca nuestros sentidos a su oasis, ¿quién no querría trabajar, "ganar su vida" trabajando? Color para el pintor y el tintorero, nitidez para el poeta y el papelista, olor de madera para el científico y el carpintero, iris de agua para el contemplativo y el regador, ¡qué bellas compañías desde lo más elevado a lo más humilde! La ventaja del trabajo, en mi comunismo poético, del trabajo repartido y retribuido noble y justamente con arreglo a vocación y en una equilibrada exijencia, está en que se trabajaría por el trabajo; y aquí sí que se puede decir sin pérdida ninguna, arte por el arte, poesía por la poesía, esfuerzo como premio, según la ley para los espartanos cuando pedían para honra máxima de su poder gustoso la rama lijera y fugaz del perejil. Trabajo gustoso, respeto al trabajo gustoso, grado sumo de la vida. Y al lado del trabajo, y en él y el sueño, es decir, nuestra vida completa, trabajará, descansará y soñará con nosotros, como una realidad visible, la Poesía.”

Antonio Gómez Ribelles: 'Las lagartijas guardan los teatros' (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021)

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