miércoles, 9 de enero de 2008

León Molina, poeta por naturaleza


(Fotografía: Flora Molina)


Pude oírlo con claridad.
Mis labios dijeron "inmensidumbre"
mientras el paisaje se abría
como una granada madura.
Me llevo en la mochila
su áspero sabor
unido a mi palabra nueva.
Inmensidumbre.


(LEÓN MOLINA)



Conocí personalmente a León Molina a mediados de febrero del año pasado, con motivo de su lectura en la cafetería-librería Ítaca, aunque ya le conocía de vista desde finales, creo, de los setenta, cuando se vino a Murcia a estudiar Filosofía. Murcia era aún una ciudad pequeña y ambos compartíamos ambientes y garitos, e incluso amigos íntimos ; pero durante aquella época ignorábamos el uno del otro hasta nuestros nombres y ni siquiera llegamos a intercambiar una palabra. Nunca supe que escribía y nadie –ni nuestros amigos comunes– me habló nunca de él. Así que le conocí en esa lectura (para mí una de las más intensas y emotivas de las ocho programadas en el excelente ciclo de poesía sonuHunas, coordinado por Héctor Castilla y José Antonio Martínez Muñoz) también como poeta. Y a raíz de ese encuentro he llegado a conocerlo, además, como articulista, pues León Molina escribe desde hace años, en su columna denominada El Puente, artículos de opinión en la edición para Castilla-La Mancha del diario La Verdad; artículos personalísimos sobre los temas más variados que cada semana cuelga puntualmente en su blog con el mismo nombre (precisamente, hace unos meses le pedí permiso para publicar uno de ellos en mi blog de jazz).

Pero hoy quiero aproximaros exclusivamente a su quehacer poético; quiero decir: a su "inmensidumbre"; porque esa "palabra nueva" que le salió del alma e inmortalizó en el breve poema que abre esta entrada (León me lo dejó a modo de comentario el día de Noche Buena en Las islas pensativas VII) revela, pienso, mejor que ninguna otra su honda vocación como poeta y su concepto íntimo del hombre, del mundo y de la vida.

La poesía de León Molina bebe directa y esencialmente, como veréis, de la naturaleza, fuente de todas las fuentes, profundo y caudaloso manantial del que han bebido los más grandes poetas de la historia. León posee, además del nombre, un gran instinto y (entiéndaseme bien) una gran inteligencia animal que afloran plenamente cuando se adentra en el corazón de un bosque y trepa a un risco o desaparece entre la niebla; y es en ese encuentro casi místico, en esa comunión con su ser atávico donde el poeta extrae lo mejor y más auténtico de sí mismo.

Pero es mejor que lo leáis y que juzguéis por vuestra cuenta.

León Molina Pantiga nació en San José de las Lajas (La Habana, Cuba) en 1959, pero se trasladó muy pronto a Albacete, donde reside actualmente. Estudió Filosofía en Murcia y, antes de comenzar a ganarse la vida como consultor de dirección de empresas, desempeñó los más variados oficios. Ha ejercido el columnismo y la crítica musical en diversos periódicos y revistas y ha publicado los libros de poemas Señales en los puentes (1994) y El son acordado (2004), además de Breviario variable (edición no venal, 1997); libros que, a día de hoy, son ya prácticamente inencontrables. Muchos de sus poemas han visto la luz en diversas antologías y en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Nueva Estafeta Literaria, Barcarola o La Siesta del Lobo. Los doce que he seleccionado en esta aproximación pertenecen al único de sus libros al que de momento he tenido acceso, El son acordado, gracias a que el propio autor me envió hace unos meses el borrador por correo electrónico. Dos magníficas citas iluminan la entrada a esta obra frondosa, anticipan su atmósfera y nos confían la cuna y la razón de ser de su espléndido título: una de Gonzalo de Berceo en Milagros de Nuestra Señora ("Yaciendo a la sombra perdí todos cuidados, /odí sonos de aves, dulces e modulados; / nunca udieron omnes órganos más temprados, / nin que formar pudiesen sones más acordados") y otra de Fray Luis de León en su Canción de la vida solitaria ("A la sombra tendido, / de hiedra y lauro eterno coronado, / puesto el atento oído / al son dulce, acordado, / del plectro sabiamente meneado"). Ambas citas encierran las claves primordiales de este libro: es en la soledad del ser donde tienen lugar los verdaderos milagros; es en la naturaleza donde emergen las verdades más íntimas del ser.

¡Buen provecho!


* * * * *


VIGOR DE LA AURORA

Tiene la mirada que sale de la noche una disponibilidad pura y entera,
pues que no hay en ella sombra de avidez.
(MARIA ZAMBRANO)


Era primavera y, en el mar azafranado,
el día naciente respiraba con tierno sentir
los fríos que muerden.
El aura delgada había precedido al tiro
de la Aurora.
(AUSONIO)



Salí al reclamo de la madrugada
en el denso bosque de pinos.
Una espesa niebla enturbiaba
la luz de luna llena
y acolchaba los primeros rayos
de un sol joven y vencido.
Eran tan nítidos los verdes,
ocres y grises
velados por aquella trama blanca,
olía de un modo tan real,
tan primigenio y atávico.

Abandoné a mis hijos
que en sus sacos dormían
cual crisálidas colosales
para adentrarme aún más
en el bosque embriagado.
Casi pude tomar el aire
blanco entre mis manos
y notarlo como un denso caudal
por mi interior viajando manso
hasta inundarme.

Descalzo caminé
sobre las hojas muertas
siguiendo como un faro
el ulular del búho.
Me desnudé aterido
y oriné con suprema libertad
de un modo nuevo y animal.

Abrazado a la tosca piel del pino
sentí que mi propia divinidad
se mostraba a mi corazón;
nada deseaba y fui dios.

El dios
que nunca me habían contado.


* * * * *


LA NAVE


Aún la luz empuja
a la espléndida nave.
Surcan las sierras
la memoria del día
alargando las sombras
como un lamento.
Varado en esta costa
añoro la partida,
el viaje repetido
en busca del silencio,
llegar hasta la noche
como al puerto olvidado
que dejamos un día
y ser con estos campos
una pérdida eterna, pura melancolía.


* * * * *


SOL DE ABRIL


Donde el ingrávido sentir asciende
desde el vaso antiguo de las formas.
Donde su hálito se abisma
tras la pantalla azul
del insondable cosmos.

En el etéreo derramadero.
Allí
pasa la inteligencia
ardiendo como un cometa.
Apuntándome.
Comienza desde allí
su dardo a traspasarme.

Sobre la hierba fresca yazgo herido
y todo lo que siento
lo entiendo.


* * * * *


EN LOS OJOS LUZ


Desde mis ojos llegan
pájaros carpinteros
y contemplo la savia de los pinos
y sus cristales prometidos.
Veo el aire manso
tironeando las orejas
del matorral inquieto.
Y aún me quedan ojos
para ver lo invisible;
veo el carácter que las formas
imprimen en el rostro de las cosas.
Veo la pena que fluye en el agua.
Veo el riesgo de creer importantes
las ideas dormidas
bajo el frescor de la apariencia.
Veo como nunca he visto,
soy un ojo que presto al mundo
para que a sí mismo se vea.


* * * * *


LLUEVO


La paz es una opción de la inteligencia
y la obscura nube de tormenta
que observo anclada en la montaña
es la materia íntima del pensamiento.
Lenta y rumorosamente lluevo
sobre la tierra amada.


* * * * *


ESPEJO


Donde el río esclarece
el color de los pinos
y en su lecho empedrado
los cantos pule,
veo mi rostro
temblando en el agua.
El agua que se va
ya sin mi rostro.


* * * * *


LA CASA EN OBRAS


Avanzo por la carretera
como el agua por el torrente.
Ana se mece
flotando en mí
como una hoja de otoño
y cada curva es un anzuelo
lanzado entre recuerdos.

Aquel vetusto coche
que, en primera y con paciencia,
ganaba la cuesta de El Berro
para nuestro júbilo candoroso.
Aquellas noches de verano
tajantes y tan quietas
en que la aurora entraba
como un marcador en los libros.
Aquellas soledades embriagadas
en inesperados senderos
que el sentimiento ofrece al caminante.
Aquella paz que tuvimos un día
y que aún hoy tenemos
remontando el curso del tiempo.

Por fin llegamos a la casa
para vigilar la reforma.
Todo marcha bien; encontramos
ya tabicados y enlucidos
aquellos antiguos deseos.

Y distraído el albañil pregunta
qué ha de hacer con nuestros nombres
que encontró
palpitando entre las piedras.


* * * * *


MÚSICA ENTRE LOS PINOS


Suena un oboe
entre los pinos
y los pífanos del arroyo
interpretan la melodía
que dibuja el atardecer.
Se incendian en mi corazón
los viejos violines del mundo
y bailo un vals arrebatado
en el transido bosque
como un loco
solo y perdido.
No temo que alguien me vea,
al contrario,
desearía que me vieran
todos cuantos conozco
y acabar con la leyenda
de mi nombre y apellidos,
desaparecer en la niebla
bailando como un loco
y que de mí no quede
ni memoria
en el pecho de un amigo,
sólo la música
sonando sola.


* * * * *

NATURALEZA

El camino secreto va hacia dentro
(NOVALIS)

Contengo lo grande elemental en mí
(JUAN RAMON JIMENEZ)


Pesa tanto del mundo el artificio
que la olvidada vibración del aire
en las agujas de los pinos basta
para que se derrumbe todo en mi corazón
y un instante de pureza,
una ilusión de libertad
me colme de su gozo.

A veces sucede que lo infinito
al pasar me hace un guiño,
se detiene y revuelve las melenas
que hace ya algunos años tuve.

El tiempo y la emoción son instrumentos
para ver lo invisible,
para ver aquello que es
siempre lo mismo.


* * * * *


VEO TU DESNUDA AUSENCIA


Recuerdo aquella montaña
en la que, jóvenes aún,
te desnudaste para mí
sobre un peñasco
y abriste los brazos al viento
y me miraste de aquel modo.

Esta montaña que contemplo
ahora, se parece a la de entonces.

Y permaneces tú
a pesar de los años,
quedándote ahora en casa
cuando subo montañas.

En verdad creo
que los montes se parecían.

Quiero que se parezcan.

Y que sigas ahí
aunque no hayas venido.

Aunque ya casi nunca vengas.


* * * * *


UNA CASA CON JARDÍN


Una casa
para esta parte de mi vida.
Un jardín
para mi voz hallada.
Algo pequeño y mío.
Serenidad. Reposo.
Emprender la última senda.
Y el mundo tan distante
que yo resulte

estar ya escrito


* * * * *


OUT SIDE


Ya perdí el pudor aquel
de mi pasada juventud.
Y digo que soy un romántico
y digo que soy un místico
y otras cosas que no se estilan.

Me he puesto gordo
y ser ateo
me parece una pérdida de tiempo.
He recortado mi melena
y mis convencimientos.
Siempre que puedo
vengo a la sierra,
paseo solo
o con mis hijos
y de ellos me sorprendo.

Ya perdí el pudor aquel
y voy aprendiendo en paz
a ser lo que soy.

Rodeado por la belleza
de estos montes
con alivio comprendo
que por fin

estoy pasado de moda.


* * * * *

Antonio Gómez Ribelles: 'Las lagartijas guardan los teatros' (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2021)

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